Es fundamental aprender a cambiar de opinión.
Los monos lo hacen, los homínidos con mucha dificultad.

Pero si todo cambia en la vida...
Tus células ya no son la mismas que hace unos días, horas o años.
La estructura de la materia cambia.
El agua, cuando tiene mucho frío se convierte en hielo
y si lo que tiene es mucho calor se convierte en gas.
Los científicos lo llaman transición de fase.
Los ecosistemas cambian.
Todo lo que nos rodea cambia.
Pero, sin embargo nos cuesta tanto cambiar de opinión.

Tenemos un cerebro preparado para el cambio. Pero lo odia...
Huye del cambio como de la peste.
Sin embargo, la mayor parte de las decisiones que tomamos a lo largo del día
tienen que ver con la forma de mirar a través de nuestra ventana particular.
Ventana que hemos construido desde nuestro pasado.

Son decisiones tomadas no tanto por lo que nuestro cerebro percibe,
sino por las creencias y convicciones que nos acompañan en la vida.
Por las experiencias pasadas.
Experiencias que se transforman en creencias profundas
y de ahí en comportamientos repetidos hasta la saciedad.
Una opinión no es más que una creencia, será valida o no para nosotros,
pero tiene derecho a ser revisada, re-evaluada, re-inventada.

Es lo que Richard Dawkins, etólogo y biólogo experto en evolución,
llama el código de los muertos; refiriéndose a conductas que fueron excelentes
hace miles de años y que hoy han dejado de ser útiles pero que continúan
vigentes y repitiéndose sin ser re-pensadas.

El futuro sólo somos capaces de imaginarlo. No existe!
Un pasado que ya pasó, tampoco existe...
Pero sobre el que basamos nuestro futuro con demasiada frecuencia.
Construimos el futuro desde el pasado.

Mi admirado Eduardo Punset dice en su último libro,
"viaje al poder de la mente" , que si le preguntamos al ser humano
qué es lo que más le violenta, una inmensa mayoría contestará que
"dejar de ser quién soy" .

¿Por qué se considera socialmente que cambiar de opinión es algo malo?
¿Por qué está tan mal visto?
¿Por qué nos riñen nuestros amigos o seres queridos si cambiamos
de opción política o de equipo de fútbol?
¿Nos llaman chaqueteros? ¿Veletas?

El cerebro detesta alterar sus costumbres.
¿Sabes por qué?
Porque cree que en ello va su supervivencia.
Cree que la está poniendo en juego.

Norman Doige, profesor de la Universidad de Columbia, en Nueva York,
experto en neuroplasticidad lo ha demostrado con sus investigaciones.
Lo llama " la paradoja plástica".
Ha demostrado que la propia plasticidad del cerebro es la responsable
de que estructuras sólidas no permitan cambios.
Una vez un cerebro toma "conciencia de un cambio necesario",
éste se establece con carácter permanente,
no permitiendo que ocurran otros cambios.

Pesa demasiado el color del cristal de nuestra ventana particular.
No nos deja mirar por otras ventanas posibles,
ver la realidad no conocida, aceptarla, hacerla nuestra, generar alternativas,
abrirnos a nuevas posibilidades.

Este cuento lo explica muy bien:

Una pareja de recién casados se mudó a un apartamento en una zona
de vecindario muy concurrido. La primera mañana en su hogar,
cuando estaban desayunando en la cocina, la joven miró por la ventana
y vio que su vecina colgaba sus sábanas para secarlas.
Pensó: " que sábanas tan sucias, uf! "
A lo que añadió:
"Debería comprar otro tipo de detergente".

Cada día por la mañana ella murmuraba lo mismo a su esposo.
"Tenemos unos vecinos muy poco aseados" , decía sin cesar
mientras la vecina colgaba la ropa recién lavada cada mañana.

Pasado un mes, una mañana la joven vio con sorpresa que su vecina
estaba colgando las sábanas perfectamente limpias.
A lo que exclamó: "Mira mi amor, finalmente aprendió a lavar la ropa,
me pregunto quién le habrá enseñado".

Y el marido contestó:
Bueno, mi vida...en realidad la única diferencia es que me levanté
temprano esta mañana y por primera vez limpié nuestra ventana.

¿Hasta cuándo vamos a seguir mirando siempre por la misma ventana?
Ventana que incluso puede no estar muy limpia; sino más bien
llena de creencias que ya no son válidas, que nos llevan a momentos pretéritos,
o a ver la realidad de una forma demasiado acostumbrada.

Y, por si no fuera suficiente, además la ventana de nuestra mente
se ensucia, con demasiada frecuencia, de nuestros propios miedos
de nuestra exigencia estúpida y de nuestra autocrítica desmedida.

¡ATREVETE A CAMBIAR: RE-OPINA!