El verdadero beneficio que aporta el perdón es para el que perdona.
Te permite recuperar tramos de vida, seguir adelante.
Perdonar es ser compasivo.

Frederic Luskin, psicólogo de la Universidad de Stanford y autor del libro
Forgive for Good (=Perdonar es sanar),
lo ha demostrado con un larguísimo estudio,
llamado curiosamente PP, Proyecto Perdón.
(www.learningtoforgive.com).

No debemos confundirnos; perdonar no significa dar la razón,
ni aprobar con el perdón lo que otra persona te ha hecho.
Puedes perdonar pidiendo justicia. ¡Es legítimo!

Un dicho hindú dice que:
" Guardarle rencor a alguien es como tragarse un matarratas".
Debe ser verdad porque en muchas ocasiones cuando somos rencorosos
con otras personas los únicos que mantenemos el sufrimiento
somos nosotros mismos, mientras le damos vueltas
en nuestra cabeza generamos más odio.
Porque al mantener el rencor aparece el odio, la ira, la tristeza, ...
Todas esas emociones tóxicas indeseables que nos alejan de la risa.

Hay un tipo de perdón muy especial: el de uno consigo mismo.
A veces, el más difícil.
Conozco gente que no se ha perdonado de algo por lo que
se juzga como "fallo" desde hace años.
La auto-exigencia desmedida, perfeccionista, que nos hace interpretar cada error
como una frustración es absurda y dañina. Y coloca al perdón muy lejos.

Rencor y perdón viajan juntos en nuestro pensamiento
y con nuestras acciones cotidianas.
Juntos son peligrosos. Por separado, también.

Buda lo dijo así:

"Aferrarse a la ira es como coger una brasa
al rojo vivo para arrojársela a otro:
el único que se quemará eres tú"