En muchas conferencias y cursos está de moda que el conferenciante o monitor
hable del cerebro.
Da igual que el in-experto de turno sea experto en economía o en coaching,
que se defienda con las finanzas o dirigiendo un departamento de marketing,
que haya estudiado leyes o literatura, el caso es que hoy todos sabemos de neurociencias.
Todos pueden hablar de este tema sin rubor:
la sabiduría del ignorante puesta a prueba.

Entonces, ¿por qué no hacerlo yo desde aquí?
Al menos, el haber estudiado durante 5 años biología y hacer la especialidad
de SNC, me serán válidos para algo...

Desde que Goleman publicó su libro sobre Inteligencia emocional,
y puso de moda hablar de las emociones y quitar peso a la razón,
con frecuencia escuchamos, y sin criterio, hablar de los tres cerebros en los humanos:
del reptiliano, del límbico y del neocortex , como si de elementos
separados se tratase; normalmente desprestigiando a la razón.
¡Que error!
Entre otras cosas porque ni ellos mismos podrían estar hablando de lo que lo hacen sin
no fuera por su sistema cortical, que les permite usar el lenguaje.

Sin duda la neurología y las neurociencias han demostrado el papel de las emociones
en la identidad, en el comportamiento y en la salud en los humanos,
pero sin el cerebro racional estaríamos perdidos; es la conexión entre
EMOCIÓN Y RAZÓN,
en la intersección entre estructuras del cerebro emocional, como la famosa
amígdala y del cerebro racional, como la corteza prefrontal, implicada en el razonamiento
y toma de decisiones, la que nos permite sentir, tomar decisiones y mantenernos
alerta para garantizarnos la supervivencia.

Las emociones, en su origen más lejano, eran respuestas instintivas simples,
un puro tropismo que los animales desarrollaron para huir de situaciones complejas:
la amenaza de un depredador, el fuego, etc...
O para acercarnos a algo que les provocaba beneficio: comida, la búsqueda de pareja, el calor, ...

La evolución del cerebro se llevó a cabo debido a que ambientes competitivos más complejos
le llevaron a necesitar mucha más rapidez de acción, mayor precisión y más eficacia.
En ese momento tan temprano fue cuando apareció el miedo, para hacer frente
a peligros potenciales y la agresividad que les permitía acercarse más facilmente
al alimento o defender su territorio.

Cualquier reacción emocional desencadena no sólo respuestas nerviosas, sino también
una serie de reacciones endocrinas actuando sinérgicamente y preparando al organismo
para responder ante una amenaza.
Por esto las respuestas emocionales suelen generar aumento
en la frecuencia respiratoria, aumento de la frecuencia cardiaca,
liberación de hormonas activadoras del metabolismo, como la adrenalina y glucocorticoides,
gestos corporales simples, como cara de miedo o de lucha, tensión muscular, etc...

Al primer cerebro reptiliano se le unió, hace unos 200 millones de años, unas primeras
estructuras corticales que fueron formando el cerebro límbico, también llamado emocional
o mamífero por ser en estos animales donde se desarrolló.
Hace tan sólo 60 millones de años una evolución mantenida de esa corteza cerebral
fue la responsable de la aparición del llamado neocortex, o cerebro de los primates,
el cual hizo posible que apareciese la razón y la inteligencia superior de los homínidos.

Pero en realidad, cuando hablamos de cerebro hablamos de un mismo órgano
analizado desde diferentes momentos de su evolución.

En la editorial de Septiembre del 2007, la revista Nature Nueroscience, afirmaba que
"la calidad de vida de un individuo depende de su capacidad para sentir las emociones
de forma adecuada y para auto-regularlas en respuesta a las circunstancias externas".
En esa auto-regulación necesaria aparece la razón.
En el fondo no se trata de que las emociones superen a la razón.
Se trata, más bien, de un necesario equilibrio entre RAZÓN Y EMOCIÓN.

El desequilibrio se produce cuando elegimos algo movidos por nuestra razón,
pero no convencidos por nuestros sentimientos.
O al revés, cuando tomamos una decisión puramente motivados por nuestros sentimientos,
sin dejar paso a la razón.
En estos casos se sabe que se activa la corteza cingulada anterior,
una región del cerebro medial, que actuaría como una especie de alarma del equilibrio
EMOCIÓN-RAZON.
En esas circunstancias no solemos sentirnos bien, hasta que, reflexionando, es decir
gastando más energía, conseguimos encontrar "razones"
que nos convencen a nosotros mismos de que nuestro sentimiento
o nuestras razones son aceptables.
Generamos las razones o emociones necesarias para equilibrar la elección.
Ajustamos la emoción a nuestra lógica, donde la emoción apoya a la razón.
O ayudamos con razones a nuestra emociones, justificandolas y dándoles así más poder.

No van por separado.
RAZÓN Y EMOCIÓN SE COMPLEMENTAN.

Existe un puente biológico que conecta el cerebro racional con el emocional.
Se encuentra en la zona inferior de la corteza prefrontal, en la zona ventromedial
y orbitofrontal, justo encima de la órbita de los ojos.
En la corteza ventromedial es donde se reciben las informaciones de la amígdala, del tálamo
de otras regiones del neocortex y del tronco encefálico.
Es como si de una central telefónica se tratase.
Gracias a estas conexiones anatómicas el cerebro racional valora las situaciones que percibe
desde el centro de decisión emocional.

La suma de ambos es el provocador de nuestra respuesta.

Por eso si vamos por la calle y está a oscuras sentiremos miedo que nos ayudará
a estar preparado para salir corriendo. Vemos, racionalizamos y sentimos
potencial peligro cerca.
Y por eso si llegamos a casa y olemos a esa comida que tanto nos gusta, nos genera alegría
y nos hace sentir que algo especial va a pasar.

El cerebro etiqueta todas las percepciones.
Y sobre esa etiqueta genera valor emocional+racional.