Nuestro cerebro es maleable.
Continuamente estamos esculpiéndolo gracias a nuevos aprendizajes, a las experiencias
y a lo que sentimos, producto de las emociones.

La ciencia ya lo ha demostrado.
No nacemos con un número millonario de neuronas,
las células nerviosas, y estas van muriendo poco a poco conforme envejecemos.
Eso, que nos contaban los viejos libros de biología, es absolutamente falso.

La llamada plasticidad neuronal ha revolucionado las ciencias biológicas.
Las experiencias que vamos viviendo, nuestro comportamiento ante un hecho,
las actitudes modificadoras de las emociones, la interpretación a través del pensamiento
de lo que nos va sucediendo, etc..., van dejando una huella física y psíquica en el cerebro.
Lo van re-creando de forma continúa.
El cerebro es un órgano en continua transformación,
lo que determina las decisiones y acciones que se producen en el inconsciente.
Y, probablemente sea lo que nos hace a todos los individuos tan iguales,
incluso genéticamente y, al mismo tiempo, tan diferentes.
Tenemos unos 100.000 millones de neuronas en el cerebro,
que se transmiten información unas con otras a través de las sinapsis.
Cuando una neurona se activa, esta produce una corriente eléctrica que circula a través
de su axón, de forma que al llegar a su extremo más terminal produce la liberación de unas
sustancias químicas, llamadas neurotransmisores que las conectan entre sí
y producen nuevas sinapsis, generando una red neuronal.

Durante cualquier experiencia de aprendizaje, se ha demostrado que se acentúa el intercambio
de información entre neuronas involucradas en el circuito de ese proceso.
A este fenómeno los científicos le llaman "facilitación"
o también "potenciación".
Actualmente se cree que es la base científica que explicaría la memoria.

De esta forma cualquier aprendizaje o experiencia, ya sea a nivel cognitivo o afectivo
deja una huella, llamada impronta, en la red neuronal.
Esta huella se ha podido demostrar que es a su vez funcional y estructural.
Es decir, que microscópicamente modifica la estructura del cerebro.
De hecho, diferentes experimentos por RMF (= Resonancia Magnética Funcional)
demuestran que después de un fenómeno de facilitación las neuronas llegan a duplicar
las espinas dendríticas en la zona de recepción de neurotransmisores de la neurona
post-sinaptica.

El cerebro posee unos mecanismos que le permiten percibir desde el mundo exterior,
a través de los sentidos y el sistema nervioso.
Y otros mecanismos que le llevan a inscribir dichos aprendizajes en el circuito neuronal.
Y así se va construyendo...

Es evidente que, a nivel consciente, existe una relación directa entre la experiencia,
producto del aprendizaje y la huella que nos deja.
Por eso aprendemos matemáticas y sabemos resolver un problema,
o si estudiamos con detenimiento y repetición el nombre de los ríos de España
seríamos capaces de repetirlos sin equívocos.

Ahora bien, ¿por qué entonces individuos diferentes producen diferentes respuestas
a mismos estímulos o hechos externos iguales?
Es decir, si dos personas escuchan el mismo sonido, por qué no lo asocian a la misma experiencia y por qué lo sienten diferente, lo viven diferente.

Porque aunque el sonido sea el mismo, el registro cerebral no lo es.
Es decir, el inconsciente funciona de una manera radicalmente diferente a la parte consciente.
A nivel inconsciente, las huellas crean nuevas redes neuronales, pero no guardan
una relación directa con la experiencia original que las provocó.
Aunque la experiencia sea la misma, en las diferentes personas el registro neuronal es distinto.
Se sabe que el registro neuronal inconsciente es producto de una
re-asociación de múltiples huellas.
A esto los científicos lo llaman "reconsolidación".
Y, al menos que se sepa hasta le momento, está fuera de nuestro control.

Lo que no parece estar fuera de nuestro control es la gestión de cómo queremos vivir
las diferentes experiencias a las que nos enfrentamos.
Es decir, la capacidad consciente de elegir
nuestras respuestas, aprendizajes y emociones con las que haremos frente
a los hechos a los que nos debamos enfrentar.
Y, como hemos explicado, estas emociones y aprendizajes
son las responsables de dejar las "huellas" e ir construyendo redes neuronales
que vayan cambiando nuestro cerebro.

Los seres humanos nos resistimos a asumir que tomamos
decisiones desde el inconsciente,
por algo nos consideramos seres racionales.
Queremos y creemos que todas nuestras decisiones se pueden y deben explicar,
nos encanta pensar que nos dirigimos a nosotros mismos conscientemente,
que cada cosa que hacemos proviene de un pensamiento racional.
Sin ser totalmente falso, las neurociencias, cada vez con más rigor, nos enseñan
que los impactos inconscientes tienen un papel en las decisiones mucho mayor que
el que nos gustaría.

En su libro Mind Times, el neurocientífico Benjamin Libet,
a partir de varios experimentos neurocientíficos nos enseña que las acción se determina antes
de que nos demos cuenta racionalmente de la misma.
Ahora bien, con probabilidad elevada, no se produciría si no fuera por la capacidad
de ser racionalizada.
Al parecer estos nuevos científicos, expertos en sistema nervioso,
nos dicen que la conciencia, a través de la razón, nos permitiría darnos cuenta
de lo que nuestro inconsciente ya ha decidido.

Como individuos somos únicos gracias a este mecanismo cerebral
de la neuroplasticidad que nos permite liberarnos del
determinismo genético.

Esta semana próxima viajaré a Boston, invitado por la Universidad de Harvard,
como participante en un seminario.
Un momento genial para seguir investigando allí sobre estos temas tan apasionantes.
Y os seguiré contando...

Ya sabes:
ten cuidado con lo que piensas porque
ESTÁS ESCULPIENDO TU CEREBRO,
y, sobre todo, con cómo vives los acontecimientos que te van sucediendo porque

¡DEJAN HUELLA!