Te has preguntado alguna vez, en momentos de subidón de rencor por algo que
te ha molestado, qué ganas si mantienes tu odio.
Déjame decírtelo: ¡¡¡ NADA !!!

La doctora Dan Baker ha demostrado que sólo ganamos
múltiples efectos negativos para nuestra salud: hiper-estimulación permanente del
sistema nervioso provocando estrés, disminución de la defensas naturales
de nuestro organismo, aumento de la tensión arterial, deterioro de las funciones cognitivas,
dolores musculares, ...

Por otra parte, otro de los efectos negativos más perjudiciales que nos aporta el rencor,
es la valoración negativa del futuro.
Es decir, nos provoca una visión distorsionada del presente en el futuro,
haciéndonos creer que ya siempre con esa otra persona,
con la que mantenemos en este momento una situación tensa y cargada de rencor
por cualquier motivo, incluso justificado, las cosas no podrán ser de otra manera.
Otro gran error: Nos lleva a exagerar la situación, sacarla de madre, distorsionarla, ...

Y lo peor, algo obvio: al odiar no podemos amar.
Ambas cosas son incompatibles a la vez.
Es, yo diría imposible, odiar y se feliz en ese momento a la vez.
Al odiar se pierde alegría. Al odiar no aparece la confianza por ninguna parte.
Sin alegría ni confianza perdemos los estímulos necesarios para sentirnos bien.

Por eso cuando volvemos a casa con rencor por algo que ha sucedido en la oficina,
se nos hace difícil aparcarlo.
Y así se verá perjudicada la sonrisa que dedicamos a nuestros hijos,
o el abrazo de amor que damos a nuestras parejas.
Por el contrario pasaremos el rato con cara de pato.

Esto nos sucede fundamentalmente porque no sabemos perdonar.
Es uno de los desestabilizadores emocionales que más nos encontramos
en las sesiones de coaching.

No nos han enseñado a perdonar.
De pequeños llegaron a decirnos que al perdonar, al no devolver el puñetazo,
éramos el tonto del grupo, el débil,...

Hay una confusión arraigada en nuestro ser, producto de nuestra educación,
que nos impide perdonar: confundir perdonar con justificar o con ponernos a favor
del hecho que nos dañó o de la persona que lo hizo.
Y no tiene nada que ver.
Míralo así: puedo perdonarte aunque decida no verte nunca más.

Perdonar es quitar de dentro de nosotros el resentimiento.
Es recuperar paz.
Es estar en disposición de nuevo para amar.
Estar preparado para construir.

Además, al no perdonar, también nos llevamos pasado al presente.
Experiencias que revivimos sin cesar y que tienen unas consecuencias lamentables
en nuestro bienestar emocional. Y también en el plano físico.
¿No sería mejor re-escribir el pasado para cerrar esa puerta, para pasar página?
No te pido que olvides si no quieres...
Perdonar no es obligadamente olvidar; es observar de otra forma tu sentimiento,
es ver con otro cristal aquello que sucedió, es cambiar el blanco y negro del recuerdo
por una paleta de colores.

En universidades prestigiosas, como es el caso de Stanford, diversos investigadores
están estudiando, a través de voluntarios y talleres específicos, que cultivando el perdón
se mejora la salud emocional y física, se reduce el estrés, se disminuye la tensión,
y hasta la expresión facial cambia.
Es lógico, sabemos que la cara es el espejo del alma.

Me gusta una frase de Carmen Serrat que lo resume muy bien:

"El resentimiento es como beber un vaso de cianuro
y pretender que sea el otro el que se muera"

Así es, se cultiva y crece dentro de nosotros.

Este post nace de una entrevista profesional que tuve en estos días atrás
con un reconocido directivo de nuestro país.
Llegar a la vuelta de las vacaciones del verano lleno de resentimiento no es la mejor
forma de afrontar el nuevo curso.
O eso creo yo ...

¿Quieres ser feliz un instante?
¡Véngate!
¿Quieres ser feliz siempre?
¡Perdona!

Henry Lacordaire