Gracias a Eva Castro por contarme la historia

Esta semana he descubierto que los perros, como seguramente ocurre con otras mascotas,
viven más que nosotros.
Quizás no en años, pero si en la forma de vivir su vida.

Un veterinario contaba que había sido llamado por una familia para que visitara a su perrito
porque estaba muy malito. Tenía cáncer en estado terminal.
Este perro estaba muy unido al pequeño de la casa, lo cual hacía más dolorosa para todos
su posible pérdida en un tiempo corto.

El veterinario, para evitar ver sufrir al pobre animal,
sugirió un procedimiento de eutanasia
en la propia casa donde siempre había vivido el compañero fiel.

La familia lo aceptó y la mamá comentó que sería una buena lección si el pequeño
era capaz de observar el procedimiento y aprender de la experiencia que iban a vivir juntos.
Aprender lo importante que es saber desprenderse aunque sea amado
y a aceptar la realidad, aunque sea en casos de mucha tristeza y dolor.

La familia rodeó a Belker, así se llamaba, en sus últimos momentos.
Era una más de ellos. El pequeño no dejaba de acariciarle y darle besitos mientras alguna
lágrima se derramaba por su mejilla.

El veterinario, que se preguntaba si el pequeño de la familia sabría lo que estaba pasando,
procedió a inyectar el líquido de aquella jeringuilla con un nudo en la garganta.

Belker se durmió placidamente para no despertar nunca más...

El pequeño niño, al que se le veía muy triste, pareció aceptar bien aquella transición
sin dificultad ni confundido.

Por la noche, los padres, todavía con lágrimas en los ojos, empezaron a lamentarse
del por qué los perritos tenían una vida tan corta.
"¿Por qué vivirán tan pocos años?" decía el padre.
Y la madre argumentaba: “Sería genial que viviesen tanto tiempo como los humanos”.

El pequeño que estaba escuchando la conversación dijo:
“Mamá, yo sé por qué duran menos tiempo que las personas”.

Y añadió:

“La gente viene al mundo para aprender cómo querer a los demás, ¿verdad?
Pues bueno, como los perros ya lo saben no tienen porque quedarse tanto tiempo con nosotros.
Ellos son maestros nuestros.
Nos enseñan lo importante y nos dicen adiós.

Nos enseñan que si llegamos a casa nos vendrán a saludar dejando cualquier otra cosa.
No pierden nunca una oportunidad de pasear con las personas que más quieren.
Les gusta el viento fresco en sus caras; ¿recuerdas como Belker sacaba la cabeza
por la ventanilla del coche?.
Y duermen cuando están cansados, no esperan. Allí donde les pille.
Se estiran antes de levantarse. Juegan a diario.
¿Mamá, cuánto tiempo hace que tu no juegas?
Se recuestan sobre la espalda de las personas que quieren.
Y cuando están felices bailan a su alrededor y saltan de alegría.
Y, además, cuando quieren algo, aunque esté enterrado escarban hasta conseguirlo”.


NO hay que
TEMER a la MUERTE
sino
a NO VIVIR
la VIDA