Empieza el otoño. 
Me siento feliz.
Mi balanza está equilibrada; lo que no me gusta y lo que me gusta, lo que me daña y lo que me sana, lo positivo y lo negativo, lo que me da vida y lo que me “mata”, ...

Hablamos mucho de felicidad.
Pero, por lo general, nos cuesta ponerle una definición y, 
sobre todo, nos es difícil saber los elementos que la potencian.
La felicidad no es más que el término que usamos para referirnos a la valoración, subjetiva, de nuestra propia sensación de bienestar.
Por eso, aún con las mismos elementos evaluados, una persona
puede estar triste, y decirse infeliz y otra sentirse muy feliz.
Es una sensación individual, perceptiva y, por lo tanto modificable.

Necesitamos comprender qué cosas a cada uno individualmente 
nos hacen sentir bien, felices, para potenciarlas, para dejarles espacio, para darles fuerza, avivarlas.

Somos más o menos felices dependiendo de nuestra propia
disposición mental ante lo que nos sucede, ante lo que vivimos.
Disposición mental que llamamos ACTITUD.
Actitud que se alimenta de nuestras creencias, de nuestro enfoque,
de nuestro quehacer diario, de los comportamientos repetidos,
de las vivencias, de la valoración de los hechos cotidianos, 
pero sobre todo de cómo juzgas a los demás y a ti mismo.

La felicidad requiere de esfuerzo. Y de asumir responsabilidad.

Aunque no es genérico, en general la felicidad se alimenta 
de unos alimentos básicos a los que todos tenemos acceso.
Ahora, que llega el otoño, querría recordar algunos de ellos.
Quizás sea un momento ideal para ponerlos en práctica.

Sólo tres de ellos para esta tarde de otoño...


AGRADECIMIENTO

Sin necesidad de estar en deuda con nadie.
A la vida. Al presente. A lo cotidiano. A lo simple. A ella. ...
Te aleja de la soberbia, del egoismo, de la negación.
Es aceptar que todo lo que nos llega nace en nosotros mismos
o en el bien de los demás.
No permite entrar a la vanidad ni a la envidia.
Vive en compañía de la humildad y de la admiración. Del reconocimiento.
Genera abundancia.
Nos conecta con el otro.


PERDON

Viene del término latino “donare” con su prefijo “per" 
Y es que perdonar es PARA DAR.
En inglés queda claro: “forgive”, (for+give), = para dar.
Hasta en catalán, perdonar, sería per+donar = para dar.
Perdonar es pasar, es cruzar lo que estorba. Es saltar al otro lado.
Te aleja de la indignación, de la ira, de la rabia.
Exime del castigo, de la culpa. 
Perdonar es regalar. 
Perdonarte es hacerte el mejor regalo. 
En el lado contrario del perdón está la pérdida.


COMPASIÓN

Sentir compasión es comprender las emociones.
Propias y de otros. Hacerlas tuyas. Permitirles vivir en ti.
Provoca deseo de alivio.
Es poner tus sentidos y tu saber al servicio del entendimiento.
Entender el lloro del que llora y la risa del que ríe.
No es sentir pena. La compasión te aleja del sufrimiento.
Es ponerse en el lugar adecuado, contigo mismo y con los demás.
Convive con el amor. Se alimenta del afecto. De la compañía.
Es sincera y desinteresada.

La felicidad es una suma.
Una suma de emociones que se mezclan entre sí buscando equilibrio.
Emociones positivas la enriquecen. La engrandecen.
Emociones negativas la deterioran. La dividen.
Por eso debemos aprender a no fijarnos con tanto ansia en lo negativo. 
Sí reconocerlo, no fijarlo.
Nos atascamos en la desconfianza y en el miedo.
Y así perdemos el equilibrio que hace más grande nuestra propia felicidad.

Necesitamos entrenar a nuestro cerebro, que está diseñado
para detectar lo negativo, lo perjudicial, lo que agrede, 
lo que puede afectar la supervivencia, a encontrar el camino del bienestar.
Entrenarle deliberadamente, conscientemente, a percibir
la realidad de una forma más equilibrada, más sosegada,
a agradecer por lo bueno que cada día, en cada momento, nos pasa,
a perdonar y a tener compasión.
A filtrar la emociones. A darles su verdadera forma.

Bárbara Fredrickson, tras numerosos estudios, afirma que 
si experimentas conscientemente las emociones y las vives
equilibradamente en un ratio de positivas frente a negativas 3:1
te convertirás en una persona resiliente frente a la adversidad,
vivirás mucho más feliz, aceptarás sin resignación lo negativo,
y pasarás a la acción para cambiar todo aquello que no te sea óptimo.


La verdadera abundancia 
para un cerebro miedoso
es sentir 
que estás en paz con lo que tienes,
que vives siendo lo que eres,
centrado en vivir el presente

Todo un viaje interior, mientras las gotas de agua de la primera lluvia de otoño
caen sobre la ventana de mi buhardilla...