Hay gente que se permite opinar sobre los demás todo el tiempo. Juzgan sin saber.
Laboran y viven de valorar desde su propio “yo”, desde sus creencias fabricadas a golpe de librito
o de lo aprendido en un cursillo de fin de semana, a los otros, a la sociedad, a las personas, ...

Corren épocas donde predominan los cuentos y libros que nos pretenden ayudar a “ser mejores”,
a sentirnos mejor con nosotros mismos y relacionarnos adecuadamente con los demás;
(se hacen llamar libros de auto-ayuda).
Quieren con su “sabiduría" incrementar la autoestima, la autovaloración sobre uno mismo, la realización personal,
el sentido de la vida.

Ojeando alguno de ellos, con frecuencia me pregunto si de verdad ayudan.
A veces, des-ayudan.
Utilizan una jerga pseudo-psicologica, absurda, lamentable, perjudicial.

Igualmente abundan los predicadores de la salvación, utilizadores de la misma jerga lingüística.
Van haciendo tribus a su alrededor.
No saben lo que dicen, pero dicen.
Respiran con lentitud sintiéndose absortos con su propio decir.

En ambos casos con esa palabrería nos confunden. Y hacen daño.
Se centran en la ego-realización, intentan hacer de ti un ser con un ego fuerte pero no trabajan la auto-realización.
Son predicadores del vacío.
Llenan el hueco de las personas con sugestiones baratas, de saldo.
Palabras que a la hora de la verdad nos valen de poco. Y que no nos ayudan.
Sirvieron sólo para ser leídas o escuchadas. Fueron aplaudidas, pero nunca pudieron ser vividas.

No nos hablaban de creación, ni de esfuerzo, ni de aprendizaje, ni de responsabilidad, ni de ...
Hablaban de secretos, de raras energías, de sacrificios, de culpas, de ideales, ...

Son peligrosos porque atacan a la autoestima, la debilitan.
Dañan nuestro ser.

Me recuerda un cuento que utilizaba hace tiempo en alguno de los cursos.
Leído de Jorge Bucay.
Y que decía:



Un joven concurrió a un viejo sabio en busca de ayuda.

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. 
Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. 
¿Cómo puedo mejorar maestro? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, 
debo resolver primero mis propios problemas. 
Quizás después... 
Si quisieras ayudarme tú a mí, 
yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

- Encantado, maestro 
-titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.

- Bien -asintió el maestro-
Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda 
y dándoselo al muchacho agregó: 
Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. 
Debo vender este anillo para pagar una deuda. 
Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, 
pero no aceptes menos de una moneda de oro. 
Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. 
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. 
Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. 
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara 
y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle 
que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, 
pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, 
así que rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- 
y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! 
Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación 
y recibir entonces su consejo y su ayuda.
- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. 
Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, 
pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. 
Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. 
Vuelve a montar y vete al joyero. 
¿Quién mejor que él para saberlo?
Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. 
Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. 
Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar hasta llegar a casa del joyero.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, 
lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 
58 monedas de oro por su anillo.

- ¿58 monedas? -exclamó el joven-

- Sí, -replicó el joyero- 
Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... 
Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. 
Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. 
Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. 
¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.



Déjate llevar por el mejor experto: 

¡POR TI MISMO!

Trabaja la aceptación consciente. Llévalo a la acción. Coge el timón.
Confía en tus propios recursos internos, en tus posibilidades. No están fuera de ti. Búscalas en ti.
Ve completándote poco a poco, desde ti. Madura.
Toda persona puede crecer. Ya nacimos con todo el potencial.
Pero depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, del empeño, del aprendizaje para siempre,
de la actitud inteligentemente positiva, que valora la realidad, la acepta y se acciona para evolucionar.

No te dejes engañar por los que te propongan sacrificio, ni  los que te hagan sentirte víctima.
Desde ahí no te moverás. Estarás parado, anclado, viviendo desde la resignación fatalista.

Las personas equilibradas, que viven auto-evaluandose con inteligencia positiva, aceptándose,
conociéndose, sabiendo que la verdadera motivación nace en ellos mismos, 
que han aprendido a regularse cuando las emociones quieren hacerse las dueñas del estado interior,
que gestionan las creencias para no dejarse deshabilitar, 
que saben que la vida es tiempo y que el tiempo está para ser usado, 
que descubrieron que de esta vida no saldrán vivos y eso les hace felices porque valoran lo cotidiano,
son aquellas que se pueden relacionar con otras generando verdaderos vínculos afectivos, 
no dependientes, en relaciones sanas, capacitadas para valorar desde el respeto, desde la diversidad, 
desde la escucha, y acompañar en el vivir del otro.

Estas personas no necesitan salvadores, vampiros emocionales, come-cocos de pacotilla 
ni nada por el estilo.

Yo no los necesito. ¿Y tú?
A mi que me dejen en paz,

¡ QUE NO ME QUIERO SALVAR !