Paso la tarde de domingo aveando.
(Avear: nuevo verbo inventado que significa viajar en tren ave de un lugar a otro).
Observando la vida desde la ventana de un tren, de vuelta a casa,
después de una semana junto al Mediterráneo,
compartiendo mi tiempo entre el trabajo y el descanso.
Una semana otoñal con clima de verano, en la que hemos alcanzado los 27 grados de temperatura, 
difícil de explicar en un mes de Noviembre.

Todo da la vuelta: el clima, los negocios, la vida.
Todo evoluciona. Todo necesita re-nacer. Ser re-creado.
Todo está en continuo cambio, traqueteando por las vías de la vida, …como el tren.
No se puede no cambiar. 
Vivir es cambiar. 
Cambiamos porque estamos vivos. Aunque también lo que está muerto cambia, se transforma.

Cuatro ideas llegan a mi mente en estos momentos de traqueteo en la hora de la siesta,
mientras me alimenta el espíritu la música de Sting.
Cuatro ideas fuerza que son motores necesarios para afrontar los cambio que la vida nos regala.
Cambios a veces demandados por nosotros mismos con carácter de urgencia, pedidos, deseados.
Otras veces son cambios que te llegan sin ser esperados, que te ves obligado a aceptar.

Cuatro ideas  que nos ayudan para que el traqueteo de la vida tenga sentido.

La primera es la capacidad de soñar.
Los artistas son soñadores.
Tu puedes ser un artista, aunque no pintes, aunque no compongas música.
Eres jardinero, eres un artista.
Eres fontanero, eres un artista.
Eres ejecutivo en una multinacional, eres un artista.
Eres conductor de camión, eres un artista.
Te dedicas a la vida contemplativa, eres un artista.
Transformas cada día lo que sería ordinario en extraordinario, eres un artista.
Estás vivo, eres un artista.

Todo evolución del ser humano ha sucedido porque hemos soñado.
El presente fue un sueño en el pasado.
El futuro son nuestros sueños de hoy.

Ahora bien, …¿son todos los sueños iguales?
¿Aportan el mismo valor al individuo, a la sociedad, a la cultura, …?
¿Son todos los sueños válidos?
Miguel Ángel soñó con esculpir la piedra y convertirla en una escultura.
Hizo realidad su sueño.
Un loco, años más tarde, la golpeó con un martillo.
El loco también soñó. Su sueño era hacerse famoso. 
Y parece que lo consiguió ya que siempre será recordado por destruir la bella escultura de Miguel Ángel.

El hombre, animal creativo, es un artista. 
Sueña para crear más mundo. Para crecer. Para conseguir lo que parecía imposible.
Miguel Ángel fue un artista, soñó y creo lo que había soñado.
El loco también soñó en destruir lo creado. ¿Es también un artista?
¿Necesitamos destructores de lo conocido, de lo establecido?
Hay sueños sanos. Hay sueños enfermos. 
¿Son ambos necesarios para avanzar?
¿El que destruye suma? ¿Crea?


La segunda idea tiene que ver con la incapacidad aprendida de poder observar lo básico, 
lo que nos rodea, lo que nos es obvio.
Los expertos le llaman discriminación cognitiva automática.

Una historia nos cuenta que una vez un joven pez filósofo le preguntó a un viejo pez sabio 
si sabía qué era eso que llamaban océano.
El pez filósofo quería saber dónde estaba el océano.
El viejo pez sabio le contó que ellos habían nacido en el océano, 
que siempre habían vivido allí, que allí habían crecido, comido, jugado, amado, …
Que estaban en el océano. Que siempre habían estado ahí.

El joven no le creyó. No podía ser, según él, porque ese elemento que habitaban era sólo agua.
No hizo caso al sabio y decidió pasar el resto de su vida en busca del océano,
preguntando a todos los peces que en su camino se encontró.
Por fin un día, logró saber lo que era el océano.
El día en que fue pescado por las redes de un pescador y sintió su cuerpo sobre la arena de la playa.

No echamos de menos lo que tenemos, lo cotidiano, lo que nos rodea, hasta que lo perdemos.
O, al menos, hasta que somos conscientes de que lo vamos a perder.

Podemos pasarnos la vida en busca de nuestro océano.
Incluso si lo encontramos, querer cambiarlo. Cambiar lo que está fuera de nosotros.
Soñar y luchar por ello. Es un derecho. Y, en ocasiones, una necesidad.
Podemos creer en la utopía. Luchar por ella.
Pero aún así, no podemos dejar de luchar por el cambio más rentable, el más básico y necesario,
el que nace desde el yo, el cambio interior en uno mismo, el que depende sólo de nosotros.

¿Y si el verdadero cambio está en aprender a modificar lo más básico, lo cotidiano, lo que está cerca,
lo que requiere ser revisado, modificado, re-inventado?
¿Y si así, de paso, nos cambiamos a nosotros mismos?


La tercera idea me llega con el recuerdo de esta historia:

A unos niños en el colegio les pidieron que dibujaran a la Sagrada Familia Cristiana.
Al revisar la maestra los diferentes dibujos comprobó que la mayoría de los niños 
habían dibujado el Portal de Belén.
Otros tantos, habían dibujado a la Sagrada Familia con el niño Jesús y la Virgen en un borrico, 
mientras San José les guiaba.
Y unos pocos a la Sagrada Familia la habían dibujado en actividades cotidianas en una casa 
cuyas paredes y decoración recordaban a lo que la Biblia y el cine nos enseña de la vieja Jerusalén.

Tan sólo un niño dibujó algo diferente: cuatro cabecitas asomadas por las ventanas de un avión.
A la maestra le sorprendió lo que el niño había dibujado por lo que le preguntó 
qué representaba ese dibujo. Y, sobre todo, por qué cuatro personajes.
El niño contestó que eran San José, la Virgen y el niño Jesús.
Y que la cuarta cabecita era la del conductor del avión, es decir un tal Poncio Piloto.

Creatividad en estado puro.
Es decir, la capacidad de hacer las cosas de forma diferente.
La capacidad, sólo humana, de percibir una realidad de forma desacostumbrada.
La posibilidad que tenemos las personas de responder de diferentes maneras al mismo estímulo.

Lo que predominaba en el niño que fuimos y en el que seguimos llevando dentro.
El convivir con dos animales: el animal creativo y el productor.
El creador que prueba nuevos caminos.
El productor que ejecuta y garantiza la meta.
El creador que se equivoca y así aprende.
El productor que repite lo aprendido porque ya sabe que funciona.
El creador que busca lo que nunca antes nadie hizo. Que evoluciona.
El productor que conoce la forma correcta de hacer algo.
El creador capaz de buscar lo ridículo, lo absurdo, lo inimaginable, lo utópico.
El productor que se alimenta de lo conocido.
El creador que busca y recorre nuevos caminos.
El productor que recorre los caminos que ya fueron descubiertos y probados.

Ambos estados son necesarios.
Ambos nos hacen humanos.
Con ambos estados nacimos.
Con la capacidad de ser creador y con las habilidades para ser productores.


La cuarta idea rodea una palabra que ha sido denostada y abandonada injustamente en el tiempo.
La palabra disciplina.

Es una palabra hermosa.
Su origen está en la raíz latina “discípulo”.
Es decir, con hambre de aprender de forma continua.
Vivir la vida con mente de aprendiz. No llegar jamás a ser maestro.
Aprender sobre todo cuando se enseña.

La disciplina nace de la necesidad de mantener el esfuerzo para poder conseguir lo deseado, lo soñado.
De mantener la lucha por el objetivo.

Opino que no vivimos en una sociedad que catalice y premie el esfuerzo.
No parece ser prioritario en la educación actual.
Sin embargo, todo lo que queramos conseguir en nuestra vida dependerá de la determinación 
que pongamos para ello, de la llamada voluntad, y de ser disciplinado, 
manteniendo el esfuerzo repetido en el tiempo, aprendiendo a aplazar la recompensa.

La capacidad de aceptar y recibir con visión positiva un cambio, 
la capacidad de soñar lo que se desea para nuestro futuro, 
la capacidad para ser creativo para inventar y crear todo lo que está todavía siendo un sueño, 
depende de la disciplina.

Disciplina, la hermana pequeña de la familia, el papel secundario de la obra de teatro de la vida,
que recobra el máximo protagonismo porque se convierte en imprescindible para que algo ocurra. 


Ideas que nos enseñan la necesidad de soñar siendo muy conscientes de lo soñado,
sabiendo que lo obvio distorsiona la capacidad creadora.
Que nos mueven a perseguir lo soñado a través de nuestros dos mundos: el creativo y el productor.
Y  a vivir convirtiendo los sueños en realidad bajo la voluntad de hacer uso del esfuerzo 
como motor de cambio.

Cuatro sencillas ideas, producto del traqueteo del tren que agita mi cabeza como si de una coctelera se tratase, 
mientras con su pitido nos indica que se acerca a la estación fin de viaje.
Mañana empezará de nuevo.
Un nuevo destino.
Un nuevo tiempo y espacio.
Un nuevo quehacer.
Un nuevo traqueteo, que como todo en la vida, estará en continuo


M O V I M I E N T O