"Vivimos presos de nuestras propias verdades”
Viajo en tren,
aveando camino de casa,
después de un fin de semana en la playa.
Junto a mi, viajan un grupo de
amigos ensalzados en una gran discusión.
Hablan de política.
Gritan, pero no se escuchan. Todos opinan con vehemencia.Cada uno expresa sus razones.
Todos creen tener la verdad absoluta en sus palabras, entre sus razones..
También en sus gestos, expresados
por su rostro y por el movimiento de sus manos.
Nadie escucha a nadie. Nadie observa a nadie.
Van subiendo la voz, en
busca de defender una opinión.
Esto no es más que una escena
cotidiana en cualquier grupo de amigos, en cualquier familia,
en
cualquier equipo de trabajo.
Me gusta compartir en mis cursos y
charlas, que prefiero ser feliz a querer tener siempre razón.
Que vivimos presos de nuestra propias verdades.
Y que la única verdad absoluta es que las razones de la verdad son generalmente relativas.
Opino que las personas,
cuando viven queriendo tener siempre razón, sufren más.
Lo pasan peor.
No quiero decir con esto que
no debamos defender nuestras ideas, nuestros puntos de vista,
nuestras razones,
nuestras experiencias, nuestras evidencias.
¡Hagámoslo!
…Pero cuidemos el cómo lo
hacemos porque en realidad lo que estamos defendiendo
no es más que nuestra visión
momentánea y parcial de la realidad.
¿Por qué es tan importante sentirse
ganador en una conversación?
¿Gana siempre el que queda
como mejor defensor de una idea?
¿No es más útil aprender de
las ideas de otros, cuestionarse las de uno mismo?
Creo que, al defender con
vehemencia las razones de una opinión,
nos alejamos de la más importante habilidad en la comunicación humana:
La escucha
Y, en su segunda derivada, nos alejamos también de la
capacidad de explorar lo que otros opinan.
De hacer también nuestro el
conocimiento ajeno.
De conocer la interpretación de experiencias
no vividas por uno mismo.
Cuando nos damos el premiso
de no poseer siempre la verdad, nos encontramos mejor,
aprendemos más, descubrimos nuevas ideas, avanzamos, crecemos,
nos reinventamos
más frecuentemente.
Sé que podemos comprobar y
decir que un hecho es cierto o no.
También sé que podemos
convertir una hipótesis en un hecho, y a partir de ese momento,
calificarla
de certera o de falsa.
Pero no podemos decir que un
razón es verdadera o no,
simplemente porque una razón se basa una opinión. Y,
por lo tanto, es múltiple.
Tras cualquier opinión
existen múltiples verdades.
Quizás uno de los más importantes secretos en la comunicación humana
radique en aprender
que el concepto de verdad carece de sentido absoluto.
No existe la
verdad absoluta.
Nada, hablando de opiniones y además por definición, es del todo cierto o del todo falso.
Toda verdad, en estos casos,
tiene su opuesta falsedad.
Muchas de las
verdades son portátiles.
Es decir, viven como verdad
sólo en un tiempo finito.
Y gracias a que así es, los humanos hemos
podido evolucionar.
La tierra fue plana una
vez. Y dejó de serlo.
Y también fue el centro del
universo. También dejó de serlo.
Muchas verdades bien
documentadas se revelaron con el tiempo como falsas.
Y es muy bueno que así sea,
porque la posibilidad de equivocarnos
nos acerca también a la
posibilidad de acertar.
Si nada fuese verdad, tampoco
nada podría ser falso.
Quizás no sea tan importante
tener razón como el hecho de cuestionarnos la razón.
Cuestionarnos la verdad es
cuestionarnos lo que “damos por sentado”.
Y, al hacerlo, hacemos uso de
la imaginación.
Visualizamos la realidad desde
otro plano.
Es esto lo que constituye la fórmula
básica de la biología evolutiva humana.
Es lo que nos permite traer un nuevo futuro al presente conocido.
El ser humano evoluciona a la
velocidad que lo hace porque es capaz de imaginar las cosas
de forma diferente a como en un momento concreto las conoce.
La imaginación desvirtúa el
conocimiento. Le provoca divergencias. Le hace avanzar.
Así fue como conseguimos subir antes a la luna, o explorar la profundidad de los mares,
en la mente que en la realidad.
La capacidad asociativa de
dos o varias ideas junto el cuestionamiento del status
quo de las cosas
son el motor de la creatividad.
Como metáfora matemática
diríamos que podemos representar la creatividad con los signos de
sumar, restar, multiplicar y dividir.
Al los que añadiríamos el
signo de “ ? ” (interrogación).
Mezclar, quitar, hacer más
pequeño, reorganizar, maximizar, añadir, etc…,
son la base de la innovación,
junto a la posibilidad de interrogarnos sobre lo conocido.
La lección es:
Aunque nuestra verdad o falsedad sobre algo
parezca tener todas las evidencias posibles,
aún estando seguros que se justificaría,
no deberíamos nunca descartar
que podemos estar equivocados.
Admitir esta posibilidad de
errar, de equivoco, comporta un desasosiego fantástico,
nos acerca más a los otros,
nos ayuda a desarrollar
nuestro pensamiento crítico,
nos ofrece la posibilidad de
ver la realidad que conocemos de manera desacostumbrada,
nos acerca mucho más a la
imaginación inventora,
nos lleva al mundo de la
creatividad,
nos mantiene más vivos,
nos permite asimilar el
cambio continuo de las cosas,
nos hace que comuniquemos
mejor con los demás,
y, por si fuera poco, nos
hace sonreír,
nos relaja,
nos reduce el estrés
cotidiano,
nos hace mucho más felices a
otros y a los que nos acompañan en la vida.
El dogma, por el contrario, es paralizante.
El dogma no nos da permiso de
equivoco, de error.
El dogma apaga la energía de
la imaginación.
El dogma nos inmoviliza.
El dogma nos casa con el
pasado.
El dogma nos corta libertad.
El dogma oscurece la actitud
inteligentemente positiva.
El dogma nos impide la
relación generosa.
El talento no nace de la
verdad absoluta.
El talento no nace de la
posesión de la razón.
El talento no nace de la
moda.
El talento no nace de la
pseudo-ciencia charlatana y embaucadora.
El talento no nace de lo
sectario.
El talento no nace de los
predicadores sociales con contenidos subjetivos.
Nace de la
indagación continua.
Nace del aprendizaje ágil.
Nace de la adaptación
inteligente.
Nace de la capacidad de
visualizar futuro en el presente.
Nace de la comprensión del
cambio.
Nace de la modestia.
Nace de la capacidad de
observación.
Nace de la escucha empática.
Nace de la capacidad de
combinación.
Nace de la inquietud por lo
nuevo.
Nace del conocimiento
objetivo y del conocimiento múltiple subjetivo.
Nace de asumir que el
conocimiento es limitado e incierto.
Nace de saberse ignorante,
descubridor, curioso, explorador, …
Ya nos decía Antonio Machado en sus “ Proverbios
y Cantares “ :
¿Tu verdad?
No, la verdad.
...Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.