El tiempo es un regalo...

Empiezo mi post con esta reflexión, cuando ya hoy se acaban las vacaciones de Semana Santa,
todavía frente al mar, con el sol primaveral intenso sobre mi cara
y la arena de la playa tapando mis pies, todavía algo fría, no ha alcanzado el calor que le traerá el verano.

Ha sido una semana de "pasión".
Ha sido una semana de amigos y familia.
Ha sido una semana de salud, de cuidados, de gym,  de largos paseos, de noches largas,  de amor, ...
Ha sido una semana de silencios. De momentos de ausencia. Y de otros instantes de máxima conexión.
Ha sido una semana de diversión.
Pero sobre todo, ha sido una semana de serenidad.

La serenidad no significa ausencia de ruido.
La serenidad no significa falta de tumulto.
La serenidad no significa soledad.
La serenidad no significa no formar parte de la tormenta, sino encontrar la paz en medio de ella,
nos enseña un viejo proverbio de los Filipenses.

La serenidad es uno de los elementos que más humano nos hace a las personas.
La serenidad nos aparta del ser animal.
Nos ayuda a reconocer el instinto de defensa y a decidir sí usarlo o no.

La serenidad nos otorga la sabiduría de la elección.
La serenidad nos ayuda a disponer del valor para aceptar aquello en lo que no podemos intervenir,
aquello que no podremos cambiar.
La serenidad nos da la fuerza para usar todo nuestro ser en intentar modificar, intervenir, en aquello
en lo que sí podemos ejercer influencia.

La serenidad nos reconcilia con nuestra naturaleza porque nos permite dejar
de perseguir lo que no somos.
Ni tratar de ser lo que otros esperan que seamos.
En el estado sublime de serenidad se desvanecen las expectativas erróneas.
En estado de serenidad no hay que demostrar nada a nadie,
ni proyectar una imagen que no corresponde con lo que se es.

La serenidad no es amiga de la prisa. Vive en el instante.
la serenidad no juega a querer "en un día resolver la vida entera".
La serenidad nos regala el sentido de la contemplación, de la observación del detalle.
La capacidad de atención plena. El disfrute del momento.

La serenidad no se alimenta de la culpa, ni del rencor, ni de la envidia.
La serenidad no tiene necesidad de la crítica a otros. Ni de la mentira.
La serenidad no aparece si hay temor. No vive en el miedo.
La serenidad no necesita de la prensa, no es vanidosa. No necesita exponer públicamente su buena acción.
La serenidad está intimamente ligada a la calma interior.
A la paz. A la paz con uno mismo.
A la percepción interior de reconciliación con la vida.
A la aceptación gozosa de uno mismo y de todo lo que le rodea, le sostiene, le ama, le guía, ...

La serenidad no llega por casualidad.
No es un don que nos ha sido concedido.
La serenidad se elige. Se trabaja. Se mantiene.

La serenidad nace del agradecimiento más generoso que podemos hacerle a la vida:
el estar agradecidos por vivir.

Nos enseña el filósofo Heidegger que la serenidad es el estado máximo de pacificación.

La serenidad se alcanza cuando la persona tiene la valentía de "dejarse llevar".
Dejarse llevar bajo el término entendido como comprenderse, autorizarse, darse el permiso de vivir,
endulzar el estado mental de uno mismo con piropos emocionales.
Dejarse llevar en el sentido de dejarse ser, dejarse hacer, dejarse sentir. Dejarse fluir.

Dos bloqueadores importantes, producto de nuestra mente viajera,
dañan la capacidad de sentir la vida con serenidad:
El pasado con el que no nos hemos reconciliado y nos persigue.
Y el futuro al que le tememos.
Ambos destructores nos impiden vivir la vida de una forma serena.

En lo más cotidiano, la serenidad nos enseña a mantener la calma ante estados de emergencia,
esos que son considerados un obstáculo o un problema. Los que significan una amenaza.
La serenidad en esos casos, nos ayuda a usar nuestras mejores armas y nuestra mejor sonrisa.

La serenidad está también muy relacionada con la salud física.
En estados de serenidad la tensión arterial se regula, el distrés disminuye, el estado depresivo no aparece,
la ansiedad no tiene espacio, la capacidad orgánica inmunosupresora aumenta impidiendo infecciones,
y así un largo etcétera…
Por ello la serenidad mejora con la práctica habitual del deporte. De la meditación. De la oración.

La serenidad nos hace abandonar la auto-exigencia extrema y la responsabilidad mal entendida.
Estando en un estado de serenidad adecuado la exigencia se canaliza mejor,
se orienta a la excelencia y no al perfeccionismo.

La serenidad se alimenta del

E Q U I L I B R I O


Y así he vivido yo esta última semana, a la que hoy estoy tremendamente agradecido,
en busca de equilibrio.