John Harvard Statue


Mientras escribo este post estoy cruzando el océano, a más de 10.000 metros de altura.
Me dirijo a Boston, invitado a participar en un International Academy Program  
organizado en la Universidad de Harvard.
Me siento afortunado.

Me llevo a este viaje, entre los diferentes propósitos que me acompañan en mi maleta, 
la intención de vivir cada segundo con el máximo aprovechamiento. 
Sabiendo que son irrepetibles. Que no vuelven.
Estudiar, escuchar, aprender, explorar, preguntar, estar abierto, llenarme al máximo, sentir,  …
Todo lo que a mi llegue será bienvenido.
Y recibido con toda mi atención.


Viajamos a 900 km/hora.
Llegaremos a destino en tres horas.
El tiempo durante el viaje será bueno


… nos dice el comandante, parco en palabras, recordándome con su mensajes a esos otros 
que solemos escuchar en el hipermercado anunciando las ofertas del día.

Mientras él habla, yo voy mirando por la ventanilla del avión el paisaje totalmente helado de Groenlandia.
Siento en mi la velocidad del avión. Esa a la que hace referencia el comandante.
Y, al mismo tiempo que siento la velocidad tan extrema con la que nos movemos, 
también siento la congelación del hielo que veo en la distancia.

Velocidad y congelación en una misma foto.
Fantástica paradoja.
Y genial metáfora para describir la propia vida.
Pasa rápida, a la vez que congela en nuestra mente, en nuestro ser,
aquellos momentos que quedarán para siempre. Inolvidables.

La vida pasa rápida.
O, al menos, así lo siento yo.
Quizás porque no nos detenemos mucho en cada una de las paradas que nos brinda.
Con frecuencia, la vivimos sin sacarle todo su sabor. 

Ahora, mientras disfruto viendo por la ventanilla la vista blanca grisácea del hielo, pienso que esta semana que empieza,
tan lejos de casa, de lo cotidiano, no me dejaré llevar por la velocidad de crucero 
que me marque mi piloto automático, ni por el sentido de urgencia.
Vengo preparado a congelar muchos de los instantes que sucederán.
Instantes que quedarán en mi para siempre como bloques de hielo.

Sabré obtener el máximo placer al pasear por los jardines de la universidad. 
Al aprender escuchando con máxima atención a los diferentes invitados al programa
y en cada conversación con los colegas.
O disfrutando de una cerveza cualquiera de estas noche cerca del lago.
También en cada momento de soledad en la habitación del Harvard Square Hotel.
O ojeando los libros de la Harvard Library.
O con el café caliente en al mano al pasear camino de Oxford Street.
Cada momento haré que sea único…
No quiero, aún viviendo a 900 km x hora , perderme nada.

Quiero ser consciente que …

La vida es un corto paseo.
La vida es experiencia, no teoría.
La vida está para ser vivida.
La vida está para ser gozada.
La vida no necesita explicación.
La vida no necesita ser resuelta.
La vida son momentos.
La vida es esfuerzo y descanso.
La vida es aprender y vaciar.
La vida es lenguaje.
La vida es impulso.
La vida es cambio.
La vida es acción.
La vida se alimenta de pasión.
La vida se vive con amor.


Así, aunque la semana pase a 900 km x hora, conseguiré congelar para siempre
en mi retina y en mi corazón todos los momentos que en estos días viva.

Lo tengo fácil, traigo en mi maleta, un kit de herramientas que me ayudarán a 


V I V I R L A