Recuerdo, cuando de pequeño, a mi pueblo, venían los coches de choque.
Era toda una fiesta para los niños. Pasábamos horas y horas allí, sin movernos.
Como atrapados por esa música y esos ruidos de sirenas que tragaban la ficha que movía el coche.
Ahora, de mayor, de vez en cuando, me gustaría viajar por la vida con uno de esos coches de choque.

Que libre te sentías por aquellas pistas con suelo de acero.
Es verdad que estaban acotadas, perimetreadas;
pero con nuestra imaginación podíamos desde allí recorrer el mundo.
Podíamos conducir hacia donde quisiéramos, libremente, sin miedo a chocar.
Nunca un choque allí era grave.
Los choques, en aquel entorno, eran graciosos, producían risas. Eran, incluso por momentos, buscados.
Le perpetrabas un golpe lateral cruzado al chico que intentaba ligar con tu chica y te quedabas tan tranquilo.
O librabas el golpe que ese amigo te quería dar en revancha del que tu le habías dado el día anterior.

Era una forma de conducir que, aún chocando, no abollabas
nunca los sentimientos de los demás.
Y, una vez sonaba la sirena, toda pasaba, como si nada hubiese ocurrido,
hasta que volviese ha empezar un nuevo viaje.

Cada vez que empezaba la nueva partida, se iniciaba con un camino poco planificado.
No se podía.
Uno no sabía lo que iba a pasar, donde estaría el atasco de otros coches, unos contra otros.
Quizás era una fantástica analogía de la propia vida. Una buena enseñanza infantil.
Porque en la vida, aunque escojamos ciertos caminos,
con frecuencia no sabemos donde están los “coches atascados”, donde nos quedaremos “pillados”,
y a veces, nos encontramos metidos en un atolladero del que sólo podemos salir
dando pequeños golpes a los que están cerca.
En este caso, a diferencia de los coches de choque, con frecuencia causando abolladuras.
El azar, como en la pista de los coches de choque, también participa.
No sabes nunca lo que te espera a la vuelta de la esquina.

Los coches de choque tenían una guía. Un palo atrás que les unía a su punto de energía.
Las personas tenemos guía, un palo que une el corazón con las ideas. El cerebro con el sentir.
Y, si estaban bien conectados salían chispas en la red que atravesaba toda la pista.
Chispas que son como un motor de energía que nos permite estar alineados, funcionando a las mil maravillas.

Los coches de choque dependen para funcionar bien de comerse una ficha.
Nosotros también. Nuestra ficha más especial es el amor.
El amor por el que decidimos ir en una dirección o en otra.
El amor que nos carga con la gasolina de la ilusión.
Y, ojo, como les pasa a los coches de choque, si una vez nos quedamos sin fichas,
podemos pedir ayuda a ese personaje que, bajo el riesgo de ser atropellado,
se desplazará por toda la pista, entre todos los coches, para rescatarnos y llevarnos a una orilla.

Nuestra vida es un viaje. Que como el viaje de los coches de choque tiene un tiempo limitado.
Como para no aprovechar bien la

 FICHA