Imagina la vida como un camino lleno de puertas.
Unas se abren, otras se cierran.
Unas veces tu las abres o cierras,
mientras que en otras ocasiones
que tú puedes hacer nada, son ellas las que se abren o se cierran.
Con unas decides, con otras no.  
O de ti dependen o de ti no dependen.

Con las segundas, las que de ti no dependen, no gastes energía. 
Transítalas bajo el signo de la aceptación. 
Gestiona tu actitud de una forma inteligentemente positiva con ellas.  
Acepta su realidad sin dañarte.
Y además, ...sé agradecido.

Por el contrario, otras puertas, las que tu controlas,
requerirán de ti toda tu energía. Todas tus fuerzas.
Se abrirán o cerrarán para ti bajo tu propia decisión. 
Decidir atravesarlas o no sólo dependerá de ti. 
De la intención, foco y esfuerzo que en ello pongas. 
Decidir pasar por ellas depende sólo de tu criterio.
Es en estos casos donde deberás esforzarte en elegir bien. 
Usa tu libertad de elección para avanzar en el camino a través de ellas. 
Para ello será necesario que te conozcas un poco mejor.
Son las puertas que participan en la creación de tu propio destino. 
las que te permiten llevar tu timón.

Entre todas las puertas que no tienes poder de elección 
a lo largo de tu vida hay dos muy especiales.
Aceptarlas te hace vivir una vida llena de mucho más esplendor, más brillante.
Aceptarlas y no vivir con miedo a ellas te llena de goce continuo, de alegría e ilusión. 
De magia.

Una de ellas es la puerta que te trae a la vida. 
La primera que se abre para todos nosotros. 
La que te trajo al mundo. 
Es la puerta del nacimiento.
No decidiste nacer. Ni no nacer tampoco.
Ni dónde nacer. Ni cómo nacer. Ni con qué físico. Ni con qué carga genética.

La otra puerta incontrolable para ti es la que 
corresponderá al último instante de tu vida.
No sabes cuando se abrirá. No sabes dónde. No conoces su momento.
Lo único que sí sabes es que algún día, el último de tu vida, se abrirá.
Es la puerta de la muerte.
Es la puerta del adiós para siempre.
La puerta que apaga el reloj de nuestro tiempo.

Vivir bajo el signo perpetuo del sufrimiento 
por cualquiera de estas dos puertas es perderse la vida.
Es vivir con angustia. 
Es vivir bajo el yugo del estrés. 
Bajo la desesperación que provoca la impaciencia. Es vivir con prisa.
Bajo la carpa de la desesperanza. 
Bajo el miedo al futuro. 
Bajo el síntoma continúo de “no es el momento”.

Hay un aprendizaje importante referente a estas dos puertas, 
sobre la que te da la vida y sobre la que te la quita.
Y que podemos resumir así:

La primera puerta,
la del nacimiento,
nos hace a todos DIFERENTES


La última puerta,
la de la muerte,
nos hace a todos IGUALES


Comprender bien esta gran diferencia 
y estar agradecido por ello,  
te hará entender en cada instante que...

la vida es irrepetible,
y que está para ser

¡Vivida!