Aquella niña se sentía fea.
Pertenecía a una de las familias más pobres de aquella ciudad.
Había perdido muy joven a su padre, habitaba con su mamá
aquella vieja casa de barrio.

Vivía una vida de privaciones; siempre con la misma ropa,
sin joyas en sus manos, sin pendientes en sus pequeñas orejas,
sin cadena en su cuello. Sin bolsito donde guardar sus cositas.
Sin lápices de colores en el cole, con los cuadernos muy gastados.

Estaba enamorada de un chico de su clase,
al que nunca se había atrevido a hablar.

Ese año, como ya estaba cerca la Navidad, su mamá le dió 20 $
para que se comprara un regalo. El que a ella le hiciera más ilusión.
Arrugó el billete entre sus manos.
Aquello era mucho más de lo que jamás hubiera deseado.

Con aquel dinero se fue al centro de la ciudad, sorteando a la multitud
que no dejaba de comprar... y pegadita a las esquinas, llegó a la tienda
en la que siempre se paraba cuando muy pequeñita paseaba con su papá.

Por el camino se encontró con aquel chico que tanto le gustaba.
Una vez más apartó la mirada de él. Y, una vez más, no se atrevió a hablarle.
Se preguntaba qué chica sería la afortunada que bailaría con él
en los bailes de la próxima Navidad

Por el camino pensó que todo el mundo parecía vivir mejor que ella,
llena de pesar, creía que era la persona más humilde de toda la ciudad
y , lo peor, la niña más despreciable de todas las niñas.

Y así fue todo el camino, atormentándose con absudos pensamientos
y esquivando a las personas.
Hasta que llegó a la tienda.

Cuando cruzó la puerta vió una cestita con flores para el pelo.
Les parecieron hermosas. Miró su precio. Costaban 17 $ cada una.
Ella podría comprar una y ponerla en su pelo color negro carbón.

El dependiente viendo que le gustaban a la niña, le colocó una
y le pidió que se mirara al espejo.
A ella le encantó.
Se vió más preciosa que nunca antes.
Parecía otra...

Sin pensarlo más, sacó el dinero del bolsillo y pagó la flor.
Cogió sus vueltas y salió de la tienda disparada.
Quería llegar cuanto antes a su casa para enseñarla a su mamá.
Al salir de la tienda tropezó con un viejecito que entraba.
Éste le llamó: " niá, niña ... "
Pero ella, movida por la emoción, ni le escuchó.

De nuevo corriendo pasó por la calle principal de la ciudad,
observó que la gente le miraba con admiración y oyó algunos comentarios
de personas que decían no saber que en esa ciudad hubiera
una niña tan guapa.

Volvió a encontrarse con el muchacho que tanto le gustaba.
Y él, inesperadamente, le llamó y le preguntó si querría ser su pareja
de baile en las próximas navidades.
Ella simplemente dijo " sí " . Y siguió corriendo...
No cabía en su gozo.

Tan contenta estaba con lo que le pasaba que en lugar de volver a su casa
decidió volver a la tienda y comprar algún adorno más para su pelo.
Todavía le quedaban 3 $. Se los gastaría.

Nada más entrar en la tienda, el viejecito con el que tropezó al salir,
que todavía estaba allí, le volvió a llamar, diciéndole :

" hijita, menos mal que has vuelto, antes te llamé
porque cuando has chocado conmigo se te cayó esta flor de tu precioso pelo;
estaba esperando que volvieras a buscarla ".

¿ Fue la flor del pelo la que cambió y resolvió los problemas
de la niña de nuestra historia ?

No siempre seremos capaces de cambiar la realidad que nos toca vivir,
pero siempre nos queda la opción de cambiar nuestra forma de miararla
y de lidiar con ella.
La flor, a la niña, le cambio la forma de ver todo lo que en su exterior sucedía.
Le ayudó a cambiar su autoestima, su confianza.
Y es que la confianza en uno mismo no viene de afuera.
Está dentro de nosotros.
Cuando falta nos genera preocupación, desidia, negligencia, postergación,
abandono, dejadez, pereza, miedo, ...
Y cuando está presente sólo nos genera paz interior.

¿ Ya sabes cuál es tu flor ?