Gastamos demasiada energía en enfados.
Si la utilizásemos para amar aquello que hay a nuestro alrededor,
a las personas que nos rodean, todo cambiaría su color...

Hace más de veinte siglos ya nos lo decía Aristóteles:

" Todo el mundo puede enfadarse, esto es fácil.
Pero enfadarse con la persona adecuada, con la intensidad correcta,
en el momento oportuno, por un motivo justo,
y de un modo eficaz ya no lo es tanto".

Gestionar el enfado se nos hace complejo.
Y sobre todo cuando el enfado vive en nuestro interior, no ha sido expresado,
masticándose despacio, sin sacarlo a la superficie por miedo a generar una pérdida
o por la debilidad a mostrar nuestra vulnerabilidad.
Incluso a veces lo escondemos porque "los otros" se puedan volver más fuertes,
por rabia contenida, por ...

El enfado cuando sale, empieza el camino del olvido.
Del perdón, del volver a empezar, de la nueva oportunidad, de verlo diferente,
de la risa, del abrazo, del amor,...

Suelta la energía malgastada del enfado.
Con respeto, déjala salir.
No la contengas.
Busca el acuerdo.

Está en ti. Tú decides si quieres estar enfadado o perdonar.

Ante todo, no estés tan seguro con los demonios que alimentan tu enfado
porque sin razones un enfado es más enfado.
Suelen dar un punto de vista, una realidad engañada.
Al menos con necesidad de ser revisada.

Si te enfades sin razones con los que te rodean, o con "el mundo",
te estarás, sin ser consciente, proponiéndote vivir la vida desde una
posición absurdamente victimista.

Con o sin razón, la responsabilidad final de soltar esa energía negativa
que provoca el enfado sólo está en ti.
La "carga" no está en los demás, vive recorriendo tu espacio, tu mente.
¡ Se valiente: Liberarla !

El anciano de este cuento zen que te dejo aquí, lo entendió muy bien.

Hubo una vez un guerrero en China que formó un ejercito con el que iba conquistando
todas las ciudades por las que pasaba, generando miedo y sembrando muerte.
Su fama llegó a causar tanto pánico que cuando sabían que él iba a entrar en una ciudad
la gente abandonaba todos sus bienes y se alejaban de sus casas dejando todo a merced
de los saqueadores.

Un día el guerrero y su ejercito entró en un pequeño pueblo y encontró a un anciano
que no había abandonado sus pertenencias. Estaba meditando tranquilamente.

El guerrero, ofendido, le mostró su espada, la acercó a su cuello y le dijo:

- ¿Acaso no sabes quién soy?
- Sí, dijo el anciano.
- Alguien capaz de cortarte el cuello sin pestañear.
- ¿Y tú, no sabes quién soy? Añadió el viejecito sonriente.
- ¿Quién eres tú? Preguntó el guerrero.

El anciano levanto la cabeza, sin perder la sonrisa, miró a los ojos del guerrero
y le contestó:

- Alguien capaz de dejar que me cortes el cuello sin pestañear.

En ocasiones no podemos evitar que otros nos ataquen con hechos o con palabras.
...Que nos hagan daño.
Y es absolutamente légitimo mostrar nuestros intereses
y hacer saber lo que nos daña.

Cuando no podemos mostrarlo, dejar liberar esa energía dañina
la almacenamos en nuestras células y en nuestros órganos
convirtiendo el enfado en mucho más tóxico,
haciéndonos mucho más daño.

El secreto:
APRENDER EL DESAPEGO Y A PERDONAR