Dicen que en Suiza, cuando Borges estaba a punto de morir,
llamó a un sacerdote calvinista y le pidió que le confesara.
El sacerdote se sorprendió porque Borges siempre se había confesado como agnóstico.
El sacerdote le preguntó por sus pecados y este le contestó:
El vicario se quedó mirándole sin entender nada.
Y Borges añadió:
Así vivimos, sufriendo innecesariamente.
Preocupados por lo que no llegará. Por el futuro.
Y desviviendo el AQUÍ Y AHORA.
Una vieja historia nos lo dejaba muy claro:
Un anciano se encontró con su maestro después de mucho tiempo sin saber de él.
Y le dijo:
“Maestro, he consultado muchos libros y a otros maestros
y he renunciado a muchos placeres.
He ayunado, he sido célibe, fiel,
he pasado en vela muchas noches preocupado por los demás,
he buscado la iluminación,
He dejado todo lo que me pedían que debía dejar.
He sufrido mucho y sigo igual.
¿Qué puedo hacer?
A lo que el maestro contestó:
“dejar de sufrir”
De esto se trata, de dejar de sufrir por lo que no ha pasado.
Por la incertidumbre absurdamente entendida.
Y disfrutar de la fiesta de la vida, que es suprema al liberarse del sufrimiento tóxico,
producto de la imaginación y de las percepciones sensoriales del miedo.
Evitar el miedo de sentirnos realmente vivos.
Has pensado cuánta vida se nos escapa por el hecho de vivirla sufriendo?
¿Cuántas alegrías dejamos de vivir por el sufrimiento absurdo?
¿Es nuestro destino pasarlo mal?
No vivamos prisioneros del sufrir.
Carece de sentido. Nos ahoga. Nos enferma.
Míralo así:
Sé consciente de ello y
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